Fue hace dos veranos, lo recuerdo bien…
Había hecho un llamamiento a montones de mis amigos para que no tirasen nada y me lo diesen, porque me había enterado que a unos kilómetros de aquí, en un pueblo eminentemente agricultor, había los domingos, en un descampado a las afueras de un polígono, un mercadillo o rastro al que llamaban “de los moros”.
Mi situación económica era en esos momentos bastante precaria, porque, aunque no he parado de formarme, mis circunstancias personales y la falta de apoyo, me limitaban a la hora de trabajar.
No, no era culpa de la crisis que yo no trabajase establemente, no me escudaba en ese pretexto. Era que me debía muchas horas al día a mi pequeña. Así que echaba extras como camarera o, como digo, me planteé vender ropa y enseres usados, mientras seguía estudiando.
Fue increíble la cantidad de gente que se personó en mi casa con bolsas y sacos de plástico cargados de ropa, incluso lámparas y algún que otro millar de zapatos.
Mis amigos más íntimos, unos ciento y pico, aquellos que me conocían de otros trabajos, los del teatro, familiares y demás.
Pronto tuve que dejar una habitación de casa, la que era mi estudio, exclusivamente para montañas increíbles de ropa. Lógicamente lo revisaba todo junto a mis hijas y, sabiendo su procedencia, nos quedábamos con aquello que nos sentaba bien o que necesitábamos.
Nadie quiso acompañarme, ni siquiera la primera vez, y a mí me daba un poco de miedo, pero no me detuve.
No miedo a ellos, sino miedo a tantos juntos.
Miedo a sentirme extranjera, a que me discriminaran, a la soledad.
Me levanté al alba para coger sitio en aquel terregal.
Me habían dicho que era como ir a Marruecos…pero a un barrio pobre.
Extendí la mesita de playa, que alguien me había dado y, eché sobre ella un par de sacos de basura, de los industriales, convertidos en improvisados contenedores de prendas.
Era principio de verano, hacía calor, tenía miedo y estaba sola…pero necesitaba el dinero y mis amigos se habían molestado para mí…así que adelante con ello.
Me asustó oir cánticos en árabe o quizás era que ofrecían la fruta, no lo distinguí, me sonaba todo igual, porque siempre me han gustado las pelis de acción tipo «El Francotirador» las historias basadas en el maldito Bin Laden y de guerras en Irak, patriotas estadounidenses abatidos, y esas cosas, por lo que andaba predispuesta a ver un hombre bomba suicida o algo así, a que me disparasen con una metralleta o a que me apedrearan por no llevar burka de ese y plantarme allí en medio en camiseta de tirantes y pantalones de lycra por media pantorrilla…entre tanto moro…
No había sombra, y aunque me llevé agua, muy pronto acabé con ella.
La ropa terminó por el suelo, porque se abalanzaban sobre ella a regatearme y a olisquearlo todo.
Madre mía, yo…con el estilazo que me marco cuando salgo de jarana…
Pero me saqué unas perrillas, creo que, contando las monedas a mi regreso, cerca de sesenta euros, y una marca de sol típica de albañil o de abuelilla de pueblo a la que sólo le da el sol cuando tiende la ropa, en un trocito de cogote y en la parte posterior de los brazos.
Me sentí orgullosa de haber hecho aquello. De haber observado y de haber vuelto viva y con pasta.
Y decidí volver a ir…
Este domingo me coloqué en un lugar parecido, pero esta vez me llevé una gran tela de rafia verde y directamente eché la ropa (muy chula la mayoría) al montón. Ya no empecé cobrando a cinco euros para acabar bajando a dos cuando la gente me miraba con cara de “¿quétecreesqueereselcorteinglés?” y pasaban de largo.
Empecé por los dos pavos, y vendí desde el principio.
Un hombre vendedor como yo, muy marroquí él, muy amable se me acercó y me ofreció un sombrero de paja para el sol. También me comentó varios trucos de exposición para la venta. Me ofreció agua y fruta.
Y también me tiró los trastos, pero como salí de aquello es otra historia…
Y le bombardeé (sí, yo a él) a preguntas… (preguntas-bomba, ja!)
Como los niños pequeños cuando quieren saber todos los por qués…
Supe por qué tantos hombres iban cogidos de la mano.
Supe el por qué del ramadán, en qué consiste, cómo cambia con las lunas cada año, y qué significa…
Supe el significado también del ayuno…
Supe por qué les atraían tanto las prendas de estampados vivos y brillantes…
Supe tantas cosas…
Entre ellas que en aquel momento, en aquellas circunstancias y en aquellas ocasiones yo no era diferente a ellos…
Me estaba buscando la vida…
Como ellos…
Igualita…
Para sobrevivir…
Y regresé con tremendo empacho de prejuicios…
LOLA