[et_pb_section fb_built=»1″ admin_label=»section» _builder_version=»3.22″][et_pb_row admin_label=»row» _builder_version=»3.25″ background_size=»initial» background_position=»top_left» background_repeat=»repeat»][et_pb_column type=»4_4″ _builder_version=»3.25″ custom_padding=»|||» custom_padding__hover=»|||»][et_pb_text admin_label=»Text» _builder_version=»3.27.4″ background_size=»initial» background_position=»top_left» background_repeat=»repeat»]
Su nacimiento me hizo abuela, hoy hace dos años…
Bueno, «lela», como él me llama…y es exactamente eso, alelada, que me tiene.
Hace dos años que ya tenemos un hombre (uno de verdad, digo) en la familia, tanto su madre como yo.
Siempre hemos oído a las abuelas chochas decir que lo que se siente por un nieto es inexplicable lo confirmo, soy una chocha.
Pero también reconozco que no soy una abuela al uso…(chocha sí, pero no al uso)
Me gusta dejarlo descalzo, me gusta darle la manguera y que chapotee y nos mojemos la ropa, hablar con él como si fuese adulto, como vigila y cuida a su hermana y como guarrea con la comida o con un rotulador.
Me maravillo de la velocidad con que aprende las cosas, de cuando abre tanto tanto los ojos porque le interesa lo que le explico,como si así pudiese hacer más grande la entrada del conocimiento, para que entrase más y más rápido.
Me encanta lo que ha hecho con su madre, como la ha hecho mujer, y me encanta pensar lo que un día hará (o no hará) con su padre cuando ella se lo cuente todo.
Me gusta verlo pasar su dedito por el móvil y atinar a poner «la casa de Mickey Mouse», o las fotos de la galería
Me gusta como huele su pelo, y como me abraza por las piernas cuando estamos ambos de pie.
Me gustan esos besos sin venir a cuento, y esos otros que no me da cuando se los pido, porque, simplemente, no le nacen, o no le apetecen.
Me estremecen esos abrazos recostando su cabeza en mi hombro mientras canturrea «ayyyyyy».
No entiendo como le permito hacer cosas que nunca permití a su madre, y como de ellas está aprendiendo a ser libre.
Ni me explico como, ahora, no estoy pendiente de lo que debe hacer, sino que le observo mientras hace lo que de verdad quiere hacer.
Me encanta el tono de sus preguntas.
Me gustan sus ojos redondos y su sonrisa sincera y amorosa.
Alucino cuando me tiro al suelo y, entre sorprendido y encantado se tira sobre mí.
Me vuelve loca cuando pone música a toda caña con cara de «¿Queteapuestasquemeriñen?» e instantes después, cuando confirma que lo apruebo, me saca a bailar con su sonrisa pícara y practicamos nuestros pasos de compañeros de baile, movimiento de culo incluído…
Y claro, se me cae la baba cuando la madre le pide algo y él dice rotundo mientras me señala: «No, la lela».
No es únicamente amor, es otro pequeño gran maestro en mi vida.
LOLA
[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]