Hace varios años, la empresa en la que trabajaba me comentó que estábamos vetados unos cuantos compañeros en la multinacional donde se nos subcontrataba.
Prohibida nuestra presencia.
Hablo de hostelería, de una empresa de trabajo temporal, y de un Resort donde acudíamos un día sí y otro día también a prestar nuestros servicios en banquetes y en diferentes centros de consumo del complejo.
Algún día contaré lo que significó para mí, esa etapa de mi vida.
Pero hoy no, que me distraigo de lo que me ha sentado a escribir…
Me costó mucho esfuerzo, el doble que a otros, colocarme ante mis jefes en un lugar destacado. Me costó demostrarlo entre tantos hombres, compañeros y grandes profesionales.
Pero lo hice.
En cuanto a mujeres llegué a ser la número uno. Y en cómputo global con hombres conseguí un merecido número dos.
Pasé de ser llamada, la primera vez, en el número treinta de una lista, al lugar que os comento.
Tres años de demostrar que lo merecía tuvieron la “culpa”.
Tres años de luchar muy duro.
Tres años de acarrear con el mismo peso que un hombre, y de aguantar como una jabata muchas horas de pie a la par de ellos.Orgullosa hoy, entonces dolorida adicta de nolotiles, aspirinas y cafés.
Cuando me llamaron a careo y me explicaron que había habido un robo importante y que mis compañeros y yo éramos los únicos acusados, (imposible que hubiese sido nadie más) me reboté como una posesa…
Oye, ¿Las posesas se rebotan?
La verdad es que yo era de las pocas inocentes, todo hay que decirlo, porque sí que hubo un robo importante a esa marca que una vez coprotagonizó una película, caracterizada con sangre sobre un balón…
¿Y para qué querrían estos personajes raquetas de doscientas mil pesetas si a lo máximo que sabían jugar era al mus?…¡Viva España!
Y cuando me lo comunicaron me cabreé ruidosamente.
Grité, pataleé, y exigí entrevistarme con el sr Montgomery, director, entonces, de aquel pedazo de hotel
-A mí nadie me llama ladrona sin serlo, no voy a permitir que mi honor y mi honradez estén en boca de nadie- recuerdo que dije.O algo parecido.
En la oficina se miraron y me dijeron que mi actitud era la única coherente, porque vieron la indignación de ser acusada de un delito que no había cometido, además de que casi perdiera los papeles con tremendo enfado.
Recuerdo haber golpeado, en el fragor de mi batalla, con la palma de la mano, la mesa.
Les pareció lógico y coherente.
Y finalmente volví a trabajar allí.
Yo sí.
Me creyeron, y seguí demostrando mi honestidad de tanto tiempo atrás. Me esforcé en hacerlo y devolver la limpieza a mi nombre.
Aunque para algunos nunca se ensució, porque nunca dudaron.
Para otros hubo algunas dudas.
Y muy pocos (ninguno yo creo) pensaron que en aquello tenía que ver algo yo.
No fue cuestión de suerte. Creían conocerme bien.
No sé por qué, pero normalmente hasta los desconocidos confían en mí desde el principio.
Algo transmitiré, digo yo.
Hoy, en relación a un conflicto de hace unas semanas, menos delictivo pero también un poco tenso, alguien me ha dicho que por qué no he pataleado y pedido un esclarecimiento público, ya que mi nombre y mi intención han estado en entredicho.
-Que si yo no soy “una cualquiera” , no permito que nadie diga que lo soy- me decía
Y ese orgullo al que se refería, debería haberme llevado por otro camino.
Y la verdad es que me ha hecho pensar qué ha cambiado en mí en estos años para modificar mi actitud ante una acusación falsa, de esta forma tan radical.
Que si me acusan de algo injustamente, no empleo tanta energía ni tanto tiempo en limpiar mi honor.
Pues sí, tengo mayor temple.
Más paciencia para esperar
Más salubridad emocional.
Más herramientas para gestionarme.
Mayor comprensión.
Menos agresividad (e inversamente proporcional a la que muestra el que tengo en contra.)
Ahora sé de conductas disruptivas y desafiantes.
Más capacidad de ahorro energético con las cosas que no merecen mi pena.
Perdono y disculpo con mayor facilidad, y con mejores argumentos.
Dejo que el tiempo ponga a cada uno en su lugar, y mientras tanto me dedico a otras cosas.
Y cuando sea el momento adecuado, quizás haga algo…
O quizás no.
Aunque haya quien crea que no tengo conciencia, o que tengo mucha cara.
Qué más me dará a mí lo que digan. Ahora me importa mucho menos.
Me afecta muy poco la opinión de los demás.
Hay guerras en las que no me da la gana pelear.
Pero no es que me rinda. Es que cuando no se combate, no hay lugar para la rendición. Por definición.
Y en otras puedo acabar hasta en los juzgados. Porque esas sí son importantes para mí.
Depende de lo que esté en juego y el lugar que ocupe en mi lista de prioridades.
Aquella vez era el pan de mis hijas y la acusación muy grave. Entonces yo era bastante más joven y más reactiva.
Esta vez no para tanto. Sólo por el riesgo de perder a algunas personas apreciadas.
Y las que he perdido es que nunca las tuve. Me ha alegrado pues.
Otras se han quedado.
Así es la vida.
Hoy una amiga, que ha debido tener un conflicto importante con alguien, nos hablaba de toxicidades.
Pero yo no lo he visto así.
Porque yo veo a las personas tóxicas como ponzoñosas.
Y cuando uno es venenoso, es venenoso para todos, incluso, y sobre todo, para ser capaz de suicidarse con su propio veneno por no perder la razón. Venenoso y dañino consigo mismo.
Y creo que de esos apenas conozco.
Quizás uno o ninguno.
En los desacuerdos y desencuentros, en mi opinión, lo que se da es una combinación de químicas imposible.
Donde algunas veces hubo, pero ya no hay.
O donde nunca debió haber, pero hubo.
Pero tuvo que haber. Por narices.
Porque donde no hubo, no se da el desencuentro ya que nunca se dio el encuentro.
Constantemente elegimos no acercarnos a personas con las que no hay química. A veces uno no sabe por qué, pero algo le da en la nariz y se aleja. Como que algo no nos huele bien.
Otras veces notamos inconscientemente que el otro no es sincero, y eso nos tira para atrás desde el principio, por su lenguaje corporal y por la incoherencia de éste con sus palabras.
Otras veces alguien nos atrae o sentimos conexión sin explicación lógica.
Y otras tantas veces no nos equivocamos porque no iniciamos relación alguna. Sin prueba, no hay error.
Algunos tienen ese don de interpretar esas señales y otros, además, lo hemos entrenado.
Reconocer las señales.
Es como el talento para tocar un instrumento, que al final necesita de la partitura.
Y a estas alturas de la(mi) película veo las cosas desde un ángulo diferente.
Y es que he madurado.
Evolucionado.
Y (a)prendido.
Con el Coaching como herramienta.
Y con la vida como maestra.
Ahora confío en el paso del tiempo. El que todo lo acomoda.
Y extraigo lo positivo de cada conflicto.
Porque sé con quines he de tener cuidado.
Y ya re-conozco donde antes creía conocer.
Ahora funciono con cautela con quienes fueron parte de conflictos (conmigo o con otros que quiero), con quienes fueron parte activa o parte posicionada, sin siquiera cuestionar ni beneficiar con la duda.
Mi verdad es cierta, pero no tiene porqué ser la verdadera.
Hay tantas verdades como individuos.
Doy las gracias a los que, a lo largo de mi vida, han dudado de mí.
Dudar de dudar.
Sin juzgar y sin sentenciar.
A los auténticos.
A los que no se dejan llevar por dimes ni diretes.
A los que creen en mí, aunque no comprendan mi actitud.
A los que me ofrecen su apoyo.
A los que les disgusta que no me rebele.
A los que comprenden mi silencio y lo que significa.
También doy las gracias por tener conflictos, porque de ellos aprendo, porque significa que se me cuestiona, porque significa que mi entorno está en continua criba, porque me recuerda que soy humana, porque me invitan a decidir qué hacer y qué no hacer, porque me mantienen viva y autocuestionada.
Porque me recuerdan, como indicador indiscutible, que estoy yendo por el camino que quiero, que no está, por cierto, tan concurrido como el que transitan otros.
LOLA