¿La cuestión es alimentar(se) o tragar?

El ser humano es sociable por naturaleza, y yo, como ejemplo, me lo demuestro bastante y me siento muy satisfecha conmigo.
Pocas veces guardo silencio ante otras personas.
Ni en un ascensor.
Ni en una cola de espera.
Ni al mirar a un bebé, con mi rarito «melocomo».

Pero una cosa es ser sociable en cuanto a tener facilidad para relacionarse y otra muy diferente pretender conservar aquellas relaciones personales (y digo bien, personales entre personas) que no aportan, intoxican, contaminan o enervan.
A veces aportan más unas frases cruzadas en el tiempo que dura el trayecto entre plantas de un edificio, o en el tiempo mientras sacas la compra del carro.
Esto mi pequeña lo ha aprendido bien de mí.

Por tanto yo no pienso que cada vez estoy más sola (que lo estoy, pero sin la connotación negativa), sino que me procuro higiene relacional para mi asepsia emocional.
Me han dicho que esto es muestra de Inteligencia.
¿Será de la emocional, de la intrapersonal o interpersonal?
También podría ser de la matemática, de la social, o de la espacial.

Las relaciones se establecen atendiendo a parámetros emocionales personales.
Los míos hacen que tenga quizás pocas en número, pero muy sanas y enriquecedoras en su calidad. Me hacen crecer.

Cuando alguien de las personas con las que me relaciono no suma, va fuera.
Puede ser un familiar, un amigo hasta entonces, un vecino, una eminencia mediática, una diva, una estrella del rock o el mismísimo Papa.

Sin contemplaciones.
Sin justificaciones absurdas.
Sin embargo, con educación y cuidando el no hacer daño.

Mi pequeña me ha enseñado a mí, precisamente a esto, a no besar a quien no me apetece, o a irme de misa mayor si me incomoda o a cruzar arrastrando los pies un río de hojas secas en la acera.
Subir por un bordillo.
Cantar mientras conduzco, o bailar de cintura para arriba en los semáforos.
Y con mis nietos bajar las ventanillas del coche mientras pasamos por un túnel para gritar nuestro «Oooh Oooh», y oir nuestro eco mientras nos da el aire en la cara.

Me apetece lo que me nace.
¿O me nace lo que me apetece?…Vaya usted a saber.
Y tampoco importa demasiado.

Al final es libertad.
De elegir.
De decidir.
También a irme.
A esquivar las zancadillas.
Y a alejarme lo que me parece ponzoñoso…para el otro o para mí.

Y me sienta de maravilla esta dieta, oye…
Porque al final:
El postureo engorda el ego.
La falsedad produce naúseas y vómitos.
La informalidad destroza la reputación.
La deshonestidad produce cáncer.
La falta de ética daña seriamente al hígado.

Dieta de sentimientos, de valores y de emociones.
Lo que no me quiero comer no me lo como.
Lo que no deseo tragarme no lo hago.

LOLA

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