Me gusta ir temprano a la playa y estar a solas con el sonido de las olas hasta que el ruido de lo humano hace difícil oirlas y el olor de los mejunjes solares supera al de mar, y ya no es posible mirar y ver exclusivamente azul…
Sabor a sol, olor a sal…
Adoro la visión del mar mientras medito…es como si me mimetizara con él, con su inmensidad…
Escojo voluntariamente estos momentos solitarios, tras tantos años con dificultades filiales y de lo imposible de, simplemente, pensar, a causa de la voz externa que me increpaba si me abstraía un solo segundo hacia adentro, hacia mí.
En verano, tomo el sol y me doy un remojón cuando empiezan a transpirar los pliegues de mi piel, y entonces, jugueteo en el agua, hasta que me canso de patalear y hacer filigranas como las sincronistas, pero yo con las partes sumergidas, y me apetece de nuevo recostarme en la arena mientras me seco, y mirar…
Y miro como me miran, y les miro, con descaro, mientras me miran…
¿Y qué miran? ¿Y por qué he de cuidar tanto que les guste lo que miran, si en unas pocas horas ni se van acordar de mí?
¿Qué puede saberse de una persona simplemente con mirar con cuanta cantidad de prendas toma el sol en la playa?
¿Qué se piensa de ella si su toalla es atrevida?
¿ O si su “kini” es bi, homo o hetero?
¿Y si su cuerpo presenta arrugas, o flaccideces?
¿Y si presenta un defecto físico por accidente o de nacimiento?
¿O si su cuerpo dista de los cánones de belleza actuales?
No miramos las emociones, no nos emocionamos al mirar. Sólo clasificamos…y grapamos etiquetas.
Ni siquiera nos preguntamos cuál puede ser su historia, y no se nos ocurre jugar al bonito juego de adivinarla, de tal forma que nos cambie de manera premeditada la visión que teníamos, cambiando nuestras lentes, aunque esté gordo, o su bañador sea mínimo, o el penetrante olor a coco de su protector solar nos maree…
Y es lo que tiene clasificar a los demás, aunque sea por unos minutos…(ala, tú pacá y tú pacá!) es la costumbre, el hábito:
Hacerles un traje… a mi medida.
¿Por qué puñetas no hacemos, por defecto, lo contrario?…
Que te inspire la persona, a pesar de que le apetezca tomar el sol en top less sin intención de exhibirse, y aunque su cuerpo no sea ese al que tú llamas diez, (y que tampoco tienes, y el cual no muestras porque ”no da la talla”)
¿Por qué no ves en ese hombre que presenta una tripa generosa a alguien con bondad, con miedos, con amistades, con preocupaciones, con vivencias…y no sólo una persona XXL?
Esto apenas ocurre en un entorno naturista, donde, y lo he experimentado, si, por ejemplo, ves a una mujer con un pecho extirpado, el primer instinto que te nace es sonreir y pensar que es una valiente, con su preciosa herida de guerra, al igual que ver un muñón, o una deficiencia mental en un cuerpo desnudo. Sin envoltorios.
Ahí, nadie tiene complejos, ahí todos los cuerpos son bellos, ahí es donde realmente, y es una paradoja, te sientes grande, porque te sientes únicamente una persona en medio de una multitud.
Nadie te mira y tú tampoco miras en que cajón de la clasificación lo pones.
Tener complejos no es otra cosa que temer la opinión de los demás, que te influyan, porque no eres de esos estereotipos inventados y aprobados por lo que yo llamo “La Cultura del Envase”:
Donde importa más la boda que el propio amor…
Donde importa más el entierro que el propio muerto…
Donde importa más la ropa que la propia persona…
Donde importa más lo que parece que eres que lo que realmente eres…
Donde importa más el envoltorio que lo envuelto…
Donde se te pasa la vida siendo lo que los demás quieren, sugieren, o necesitan que seas…
Donde tú no te dejas ser tú…
Llevo desde hace tres días colgado al cuello un bonito rosario de madera con su correspondiente símbolo icónico.
Y mientras cae oculta la cruz en el escote, nadie repara en mi collar, pero si asoma, miran…(y sí, me refiero a la cruz)
Y no soy creyente, ni tengo pinta alguna de monja (ni de lejos, ni de cerca)…
Me lo dio mi gran amigo de juventud, que ahora es cura, y me lo regaló después de que nos contásemos íntegras nuestras intensas historias, y…
No vi alzacuellos, sino que vi alma…
No vi un obsequio, vi una intención…
No vi un crucifijo, sino un sentimiento…
Que desencadenó en mí emociones…
Que, de momento, me apetece y necesito llevar conmigo.
Y por eso los demás me miran.
Pues que miren…
LOLA